El término privatización ha sido manejado por los gobiernos en diferentes formas, monetización, concesión, administración pública privada; pero en definitiva el objetivo siempre es entregar a privados el capital del pueblo.
La historia cuenta que, por citar un ejemplo, un mecanismo de privatización para el sector eléctrico en la década de los 90, fue dejar de construir centrales de generación, e incrementar la contratación de barcazas para generación de energía, con una diferencia de más de 12 centavos en el costo de producción del kilovatio-hora, entre la generación hidroeléctrica y la generación térmica más cara.

Generar en la población malestar hacia los servicios públicos era cosa de todos los días en los medios de comunicación, que exaltaban los cortes de energía, alto costo de las planillas y mal servicio para justificar la venta de las empresas.
Sin embargo, la realidad es que el sector energético es rentable, porque esa energía se produce en nuestro territorio y cubre la demanda nacional, llegando en algunas ocasiones a exportar tal producto.
En el caso de la Empresa Eléctrica Quito en 1999, la bolsa de inversión Salmon Smith avaluó en 80 millones de dólares a la institución, para luego elevar el precio a 120 millones. En contraste, solo la diferencia tarifaria que el gobierno adeudaba en ese entonces a la empresa era 160 millones de dólares, lo que la convertía en un negocio redondo para el privatizador. Buscaban llevarse una empresa operable, eficiente, con infraestructura y además cobrar al gobierno por una cartera vencida.
Este ejemplo deja en clara evidencia que, así como sucedió en América Latina la venta de las empresas eléctricas lo único que buscan es arrebatar el patrimonio de un pueblo y ponerlo en manos privadas para el beneficio de unos pocos.
La decisión valiente, firme y combativa de los trabajadores de movilizarse, tomarse las calles y formar la unidad con organizaciones indígenas, impidió un atraco al pueblo.
Por ello, ahora que las aves de rapiña han regresado, buscando llevarse el petróleo, la energía, las telecomunicaciones, los bancos, y cuanta empresa rentable encuentren en el camino, el llamado es a mantenernos unidos, a cerrar filas, y empezar por romper el discurso neoliberal de que lo público es malo. Solo la unidad del pueblo y de sus organizaciones, garantiza la grandeza de las naciones.
¡No a la privatización de las empresas del pueblo!
¡Viva la unidad de la clase trabajadora en defensa del patrimonio nacional!